viernes, 28 de junio de 2013

El sol de la mañana

Era un día distinto al resto. Las cosas a partir de ahora eran oscuras y recordaba con rabia las veces que se había reído cuando algunos conocidos habían entrado. Eso jamás me pasara a mí, yo tengo la sartén por el mango, estos son unos aficionados, había pensado tras recibir una llamada de su abogado. Ahora Gerardo lo esperaba en el patio, ávido por conocer noticias del exterior, con una media sonrisa de "no soy el único".

Se levantó de la litera y mira tras las rejas de la ventana como el sol salía. Hacía años que no recordaba haber visto un amanecer pero la belleza no le impactó en absoluto, no era ningún sentimental, eso lo dejó hacía demasiados años. Y echó de menos su despacho, sus chalés, a su segunda mujer, la botella de whisky escocés de sesenta años que guardaba en su casa madrileña. Todo se había acabado.

El sol le cegó por un instante e Ícaro, hijo de Dédalo, voló por el interior de su cabeza, cayendo, dejando las gotas de cera caer sobre las meninges. Y las rejas se hicieron más frías, más duras, alenjándolo poco a poco de los millones de euros que lo habían metido dentro.

1 comentario:

jaramos.g dijo...

Duro trance el de ingresar en la trena. Me dan tiritones de solo pensarlo. Duro, pese a tenerlo merecido. Salud(os).